jueves, 17 de abril de 2014

Mi carta de despedida para el Gabo - Salida del laberinto

Generalmente, en todos los actos fúnebres como este, se designa una persona para que diga un discurso. Yo no vengo a decir un discurso. Vengo a honrarte como siento que te lo debo, vulgar y sincera, conmovida y seca de tanto llorar. Admito que te había escrito una carta muchísimo más larga, pero mi computadora sucumbió y la perdí. Quizás solo tú querías leerla, puro realismo mágico, hombre.

Me ha costado lidiar con esta noticia porque te estaré esperando el domingo. Estaré alerta, con la expectativa de tu resurrección y uno que otro chiste sobre el más allá. Confieso que tengo miedo, como tú lo tenías cuando debías hablar ante un público. Estoy llena de pánico, porque en numerosas noches solías elevarte hacia los cielos como Remedios la Bella y la imagen me infundía de terror. Hoy me enfrento contra los titulares ruidosos y no tengo más opción que creerles. Despedirse es terrible, no estoy acostumbrada, a pesar de distar de quienes amo. Sin embargo, he encontrado que el agradecimiento es una forma de lidiar con la tristeza. Y hoy me encuentro ante el pelotón de fusilamiento, sin recordar el hielo. Hoy recuerdo a una Andrea Sofía de 13 años que sostiene entre sus manos tu libro por primera vez. Y me despido de ella, porque nunca volvió a ser la misma. Qué jodido es saber que pasaré toda la vida esperándote, en este ir y venir del carajo, entre la negación y la aceptación. No obstante, quiero darte las gracias.

Despertaste en mí una pasión sin precedentes por la literatura latinoamericana, por el conocimiento, por las letras, por la escritura. Me permitiste enamorarme de los ojos almendrados y respetar el diluvio latente de este país. Me enseñaste a no seguir tu ejemplo utópico, pero a añorarlo. Me recordaste que esta enfermedad del trópico es compartida, que la soledad latinoamericana y sus achaques son trágicos, poéticos y, aunque engañosos, son un privilegio. Sé que no sostuviste tus tripas en tus manos, pero iremos hacia ti con flores; es casi lo mismo. Espero que sobre tu tumba exista siempre una riña, un duelo de mariposas amarillas que te reclamen tanto como yo lo hago.

Te hiciste familiar de todos, pícaro e irrepetible, y ahora nos dejas extrañándote. Qué buena vaina nos has echado encima, Gabo. Por ti, me alegra que nunca me hayan devuelto aquellos libros. Por ti, no me avergüenza la locura. Intenté ir a buscarte, no sé si lo sabías. Pero tus conocidos me informaron que estabas delicado y que ya no aceptaban visitas. Sabía que no serías pretencioso y obstinado, por eso no quise rendirme, creo que nunca lo haré. Confío en que nos encontraremos alguna noche, cuando vengas disfrazado de Prudencio Aguilar. Entablaremos una conversación. Será simplísimo, de locos, y sin nada que temer como José Arcadio. Nos vemos cuando esté en medio de un naufragio y necesite verte como a Jaime. Sé que aun enterrado cinco metros bajo el suelo, estarás narrando nuestra historia como nadie podrá hacerlo jamás.

Adiós, Gabo. Disfruta tu libertad fuera de este gran laberinto.

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Mi carta de despedida para el Gabo - Salida del laberinto

jueves, 17 de abril de 2014 ·

Generalmente, en todos los actos fúnebres como este, se designa una persona para que diga un discurso. Yo no vengo a decir un discurso. Vengo a honrarte como siento que te lo debo, vulgar y sincera, conmovida y seca de tanto llorar. Admito que te había escrito una carta muchísimo más larga, pero mi computadora sucumbió y la perdí. Quizás solo tú querías leerla, puro realismo mágico, hombre.

Me ha costado lidiar con esta noticia porque te estaré esperando el domingo. Estaré alerta, con la expectativa de tu resurrección y uno que otro chiste sobre el más allá. Confieso que tengo miedo, como tú lo tenías cuando debías hablar ante un público. Estoy llena de pánico, porque en numerosas noches solías elevarte hacia los cielos como Remedios la Bella y la imagen me infundía de terror. Hoy me enfrento contra los titulares ruidosos y no tengo más opción que creerles. Despedirse es terrible, no estoy acostumbrada, a pesar de distar de quienes amo. Sin embargo, he encontrado que el agradecimiento es una forma de lidiar con la tristeza. Y hoy me encuentro ante el pelotón de fusilamiento, sin recordar el hielo. Hoy recuerdo a una Andrea Sofía de 13 años que sostiene entre sus manos tu libro por primera vez. Y me despido de ella, porque nunca volvió a ser la misma. Qué jodido es saber que pasaré toda la vida esperándote, en este ir y venir del carajo, entre la negación y la aceptación. No obstante, quiero darte las gracias.

Despertaste en mí una pasión sin precedentes por la literatura latinoamericana, por el conocimiento, por las letras, por la escritura. Me permitiste enamorarme de los ojos almendrados y respetar el diluvio latente de este país. Me enseñaste a no seguir tu ejemplo utópico, pero a añorarlo. Me recordaste que esta enfermedad del trópico es compartida, que la soledad latinoamericana y sus achaques son trágicos, poéticos y, aunque engañosos, son un privilegio. Sé que no sostuviste tus tripas en tus manos, pero iremos hacia ti con flores; es casi lo mismo. Espero que sobre tu tumba exista siempre una riña, un duelo de mariposas amarillas que te reclamen tanto como yo lo hago.

Te hiciste familiar de todos, pícaro e irrepetible, y ahora nos dejas extrañándote. Qué buena vaina nos has echado encima, Gabo. Por ti, me alegra que nunca me hayan devuelto aquellos libros. Por ti, no me avergüenza la locura. Intenté ir a buscarte, no sé si lo sabías. Pero tus conocidos me informaron que estabas delicado y que ya no aceptaban visitas. Sabía que no serías pretencioso y obstinado, por eso no quise rendirme, creo que nunca lo haré. Confío en que nos encontraremos alguna noche, cuando vengas disfrazado de Prudencio Aguilar. Entablaremos una conversación. Será simplísimo, de locos, y sin nada que temer como José Arcadio. Nos vemos cuando esté en medio de un naufragio y necesite verte como a Jaime. Sé que aun enterrado cinco metros bajo el suelo, estarás narrando nuestra historia como nadie podrá hacerlo jamás.

Adiós, Gabo. Disfruta tu libertad fuera de este gran laberinto.

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