domingo, 21 de noviembre de 2010

La inspiración de Andrea Sofía.

Constantemente me preguntan si creo en la inspiración. Me acosan, me interrogan acerca de este tema y casi nunca estoy segura de qué contestar exactamente. La inspiración es el estado estético inalcanzable, cuando me lo otorgan debo arrancarlo de las manos del corazón, agresivamente tomar una pluma y tallarlo en un papel (en este caso, sería en una computadora).

Una vez leí que la inspiración es como el amor: mientras más lo buscas, más se aleja. Y no podría estar más de acuerdo con esta cita. No podría escribir por trabajo, no sería capaz de utilizar la retórica de tal manera, cayendo tan bajo (este tema es para más tarde). Si alguna vez han tenido revelaciones efímeras, sabrían reconocer la inspiración literaria. La inspiración es un descarga eléctrica increíble a forma de rayo, que desafortunadamente acierta en la cabeza y te aturde; es un autobús que choca en seco contra tu cuerpo, un discurso nunca antes escrito que ruega ser leído por otros. Mis narrativas consisten en tener algo que decir y decirlo, así será siempre.

Hablo de la inspiración para erradicar dudas, publicar mis cuentos y obtener las críticas más sinceras. Esperaré sus comentarios.

Raíz de Amor

Un rasguño extenuado se aferraba a los viejos bloques de Gracia, dejando por sentado los inservibles y furiosos nudillos que constantemente impactaban contra el frío cemento; incluso llegó a pensar que raspando la mugre encontraría el  alma de la mujer perdida entre suspiros. La búsqueda se había hecho eterna con el paso del tiempo, el cuero humedecido bajo el pantalón poseía la conquista en vano y la penúltima evidencia de una sonrisa que se había desvanecido hace veinticinco años y catorce días exactamente. Escondido entre sollozos había regresado a buscarla, aquel lugar donde juró haberla visto por última vez; sus rastros se hallaban en el recuerdo, y como condena para prisionero de sus encantos, no quiso volver a la celda. Su aliento helado ahogaba las palabras, su voz lo esquivaba y sus ojos se negaban a mirar lo que ya no estaba. Así, Fernando Villalobos se buscaba a sí mismo entre tantos, a pesar de saber que para encontrarse debía hallarla. Jamás llegó a pensar que ambos habían sido cómplices de la mentira, que sus juegos de amor se limitaban al cadáver exquisito de sus cuadernos y al trazo efímero que dibujó sobre su  cuello con la lengua propia.
Delicadamente, sacó la fotografía del bolsillo y posó sus labios sobre el inmortalizado rostro, besando a la soledad.  Sus pestañas marcaron los pasos del amor en el suelo y siguió con las yemas aquel trayecto nunca transitado por su amada. De a ratos podía observarla en el azúcar de una mordida de labio y presenciar el filo de sus lágrimas permanentes sobre su rostro, una a una, resonando sobre su garganta; finalmente deslizándose hacia el corazón metafísico. Daniela era una lágrima perdida, de esas que frecuentemente se refugian en el cabello para no verlas jamás.
Pasaron los días y Fernando Villalobos se limitaba a llorarla en la ducha, como siempre, los puñales torturaban su espalda magullada cuando se atrevía a reposar la frente sobre la cerámica: estaba cansado de amarla tanto. Decidió entonces subir escaleras paradójicas hasta la azotea donde la soñó por tercera vez, expirando pensamientos dolorosos y permitiendo que volaran con el aire, finalmente alcanzando su destino.  Trajo a sus manos la foto nuevamente y  dudando miró por primera vez a una Daniela de 7 años que no volvería jamás. De esta manera, soltó a su amada, dejándola libre para que le susurrara picardías a las estrellas; ya no le importaba ser el guardián de sus falsas reconquistas. Cualquier buen hombre sabe que para una mujer como ella, enamorarse cientos de veces de la misma persona, siendo un siglo de Fernandos distintos, podía matar a cualquiera.

Para María Gabriela Vielma, un verdadero ídolo de pasiones.

He decidido publicar mis cuentos.

Me considero cuentista, por más mediocre que pueda parecerle a muchos. Como Cadenas, he sido humillada cientos de veces, así me desnudo ante ustedes para enseñarles el agujero negro de la narrativa venezolana.
 

La inspiración de Andrea Sofía.

domingo, 21 de noviembre de 2010 · 0 comentarios

Constantemente me preguntan si creo en la inspiración. Me acosan, me interrogan acerca de este tema y casi nunca estoy segura de qué contestar exactamente. La inspiración es el estado estético inalcanzable, cuando me lo otorgan debo arrancarlo de las manos del corazón, agresivamente tomar una pluma y tallarlo en un papel (en este caso, sería en una computadora).

Una vez leí que la inspiración es como el amor: mientras más lo buscas, más se aleja. Y no podría estar más de acuerdo con esta cita. No podría escribir por trabajo, no sería capaz de utilizar la retórica de tal manera, cayendo tan bajo (este tema es para más tarde). Si alguna vez han tenido revelaciones efímeras, sabrían reconocer la inspiración literaria. La inspiración es un descarga eléctrica increíble a forma de rayo, que desafortunadamente acierta en la cabeza y te aturde; es un autobús que choca en seco contra tu cuerpo, un discurso nunca antes escrito que ruega ser leído por otros. Mis narrativas consisten en tener algo que decir y decirlo, así será siempre.

Hablo de la inspiración para erradicar dudas, publicar mis cuentos y obtener las críticas más sinceras. Esperaré sus comentarios.

Raíz de Amor

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Un rasguño extenuado se aferraba a los viejos bloques de Gracia, dejando por sentado los inservibles y furiosos nudillos que constantemente impactaban contra el frío cemento; incluso llegó a pensar que raspando la mugre encontraría el  alma de la mujer perdida entre suspiros. La búsqueda se había hecho eterna con el paso del tiempo, el cuero humedecido bajo el pantalón poseía la conquista en vano y la penúltima evidencia de una sonrisa que se había desvanecido hace veinticinco años y catorce días exactamente. Escondido entre sollozos había regresado a buscarla, aquel lugar donde juró haberla visto por última vez; sus rastros se hallaban en el recuerdo, y como condena para prisionero de sus encantos, no quiso volver a la celda. Su aliento helado ahogaba las palabras, su voz lo esquivaba y sus ojos se negaban a mirar lo que ya no estaba. Así, Fernando Villalobos se buscaba a sí mismo entre tantos, a pesar de saber que para encontrarse debía hallarla. Jamás llegó a pensar que ambos habían sido cómplices de la mentira, que sus juegos de amor se limitaban al cadáver exquisito de sus cuadernos y al trazo efímero que dibujó sobre su  cuello con la lengua propia.
Delicadamente, sacó la fotografía del bolsillo y posó sus labios sobre el inmortalizado rostro, besando a la soledad.  Sus pestañas marcaron los pasos del amor en el suelo y siguió con las yemas aquel trayecto nunca transitado por su amada. De a ratos podía observarla en el azúcar de una mordida de labio y presenciar el filo de sus lágrimas permanentes sobre su rostro, una a una, resonando sobre su garganta; finalmente deslizándose hacia el corazón metafísico. Daniela era una lágrima perdida, de esas que frecuentemente se refugian en el cabello para no verlas jamás.
Pasaron los días y Fernando Villalobos se limitaba a llorarla en la ducha, como siempre, los puñales torturaban su espalda magullada cuando se atrevía a reposar la frente sobre la cerámica: estaba cansado de amarla tanto. Decidió entonces subir escaleras paradójicas hasta la azotea donde la soñó por tercera vez, expirando pensamientos dolorosos y permitiendo que volaran con el aire, finalmente alcanzando su destino.  Trajo a sus manos la foto nuevamente y  dudando miró por primera vez a una Daniela de 7 años que no volvería jamás. De esta manera, soltó a su amada, dejándola libre para que le susurrara picardías a las estrellas; ya no le importaba ser el guardián de sus falsas reconquistas. Cualquier buen hombre sabe que para una mujer como ella, enamorarse cientos de veces de la misma persona, siendo un siglo de Fernandos distintos, podía matar a cualquiera.

Para María Gabriela Vielma, un verdadero ídolo de pasiones.

He decidido publicar mis cuentos.

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Me considero cuentista, por más mediocre que pueda parecerle a muchos. Como Cadenas, he sido humillada cientos de veces, así me desnudo ante ustedes para enseñarles el agujero negro de la narrativa venezolana.