sábado, 13 de octubre de 2012

Pasión

La raíz de la palabra pasión es passio, es decir, sufrimiento en latín. Esta viene de patior y tiene sus orígenes en la lengua griega, en la cual, este término es utilizado para referirse a "padecer" de algo o "sufrir" por ello, ya que no tiene remedio.

Lo que trato de anunciarles es que la pasión es, esencialmente, una enfermedad.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Disfraz

Increíble como simplemente uno lavará los platos, hará la cena, secará la ropa, terminará de estudiar y se irá dormir, para levantarse al día siguiente a cumplir obligaciones.

Y durante todo ese tiempo, queriendo morir. Con un pequeño disfraz de vitalidad y alegría, cuando por dentro te has matado veintiocho veces de diferentes maneras.

Superficies emergentes


A Massimo

No pudo más. Ya habían transcurrido 388 días ausencia férrea, letargo y silencio. La mirada del ladrón era incapaz de abandonar la mesa tambaleante; su única pata declamaba orgullo con cada crepúsculo transeúnte.  El ladrón pensaba en la mujer. No se trataba de escribirla, quería develarla al tocarla, y quizás más tarde lograr materializarla en una onda pícara que se infiltrara en su tren de pensamiento.  Encima de la mesa, estaba el recordatorio infernal: un antiguo reloj cuyos soldados de arena alguna vez se hicieron pasar por caballeros, que en su demencia, se enfrentaron a unos molinos de viento.  Uno a uno, los soldados iban cayendo en la fosa eterna, aludiendo al torpe sacrificio.

No era una cuestión de honor en espacios oníricos. Esto le ocurría a quienes intentaban burlar el orden, su propia naturaleza. Tenía un andamio simpático y un carisma arcaico; no era inusual la recepción de miradas patidifusas. El ladrón no poseía condiciones superfluas, ni representaba al enamoramiento pasajero, se había comprometido de por vida con ella. Así, decidió visitar los recuerdos de aquella noche: el cese de los puñales acuosos finalmente le dio la bienvenida a la época decembrina. Ensimismado, se percató de su sentenciada desolación; la consciencia de un ladrón no podía soportar una compañía que fuese aún más foránea que la suya.

 El suelo, bajo el tenue farol, se vislumbraba lúgubre; una sola víctima meditaba en el centro de la plaza mayor. Hacía frío. Una cúpula ajena al modelo generacional cubría sus cabezas, y el ladrón percibió el delgado escalofrío que atacó los finos vellos del cuello distante. La mujer no giró su cabeza, se negó a reconocer su intromisión. Cuando el ladrón avanzó, inmediatamente se supo atrapado; era la silente amenaza de una entrega sin conflagración. Iba a tomar el bolso cuando una mano lo detuvo, entrelazando sus dedos. La víctima pronunció un consentimiento angelical y levantó la tira sobre su cabeza, despojándose de ella. Para él, había dejado de ser suficiente. Quería más, después de atender con deleite a los vocablos de su víctima, no podía arrancárselos del recuerdo. La mujer entregó todas sus posesiones y un hasta luego. Se levantó lentamente, cautelosa, e hizo su escape. El ladrón permaneció inmóvil, absorto en los eventos anteriores y en la sagrada voz de una víctima aleatoria.  Hurtar un bolso lo hacía ver inhábil, igualmente inútil. Era un ejército de un solo hombre, y a su vez, de nadie.

La más vieja de las luchas ocurría dentro de sí mismo. Regresó al día siguiente, y otros tres más; escondido entre columnas podría disfrutar de la armoniosa y diligente voz del rezo. Después de diecisiete plegarias, sintió que conocía a su víctima; podía saborearla con cada súplica. La voz era venenosa, un terrón de azúcar peligroso que se hacía tangible en las manos del ladrón; sentía el almíbar madrugador cuando intentaba recrearla en su bandurria. Sin embargo, cuando sus cuerdas mundanas intentaban recrear las de aquella mujer, la melodía carecía del encanto esencial.  Un bombillo se prendió dentro de él y con la más elemental de las convicciones, se aventuró en la infinidad de la noche.

Esta vez no dudó. El pesado cuerpo delincuente arremetió contra ella; instantáneamente se posaron sobre el frágil cuello los dedos victimizantes. Apretó cuanto pudo hasta poder suscitar un grito blanco de su víctima. Al terminar, empujó el cuerpo inservible y se llevó la voz en sus manos mientras la arrullaba como a un infante, celándola del nefasto orbe.

No pudo más. Ya habían transcurrido 388 días de ausencia férrea, letargo y silencio. Conmemoró el intento fallido de aquella noche, cuando había querido ahogar la voz en un respiro desesperado; su intención era consumar el robo maldito. El ladrón sufrió un impacto del entendimiento y tomó la bandurria una vez más.

Esa noche la convirtió en el fondo, en el centro, en la fachada de su existencia. La música era su mujer; la voz no fue más que una musa en potencia, disfrazada de víctima. El ladrón, ahora, se creía acreedor del misterio y poseedor del único compromiso verdadero al que tantos hombres se hubiesen entregado siglos atrás. Tomó el reloj de arena y violentamente lo puso de cabeza: ahora él construiría su propio tiempo.



El fuego compacto



Hace dos años probé el cigarrillo. El humo, a pesar de ser reconfortante, se fue por el camino viejo, como dicen porai. Me ahogué. Pero como soy un ser humano y apelo al absurdo, no me rendí, seguí con mi terquedad y volví a reclamar el aliento que enciende el fuego del yesquero. Estabas a mi lado, te burlaste de mi torpeza y reclamabas quiescencia. No te iba a conceder un carajo. Lo volví a intentar y me ahogué; quizás repetí la acción tres o cuatro veces. 

Cuando era un niño, creía que “fuego lento” se refería a cigarro, yo vi en el cilindro la muerte de las llamas. Para mí tenía sentido. Cuando fumaba, me estaba tragando el fuego y tenía sentido. Yo exhalaba la muerte de una flama, una última voluntad expirada. No aguanté tus carcajadas y desistí de mi empeño. Ya la cabeza me dolía de tan solo pensar que quienes fuman asesinan, ex profeso, las pasiones.

Hoy me despedí de ti y me entraron unas ganas terribles de fumar.

Primicia

He decidido aceptar mi condición senil nocturna y publicar libremente todos los cuentos que salen y nunca han pasado por un filtro. Estén pendientes.

Pasión

sábado, 13 de octubre de 2012 · 0 comentarios

La raíz de la palabra pasión es passio, es decir, sufrimiento en latín. Esta viene de patior y tiene sus orígenes en la lengua griega, en la cual, este término es utilizado para referirse a "padecer" de algo o "sufrir" por ello, ya que no tiene remedio.

Lo que trato de anunciarles es que la pasión es, esencialmente, una enfermedad.

Disfraz

miércoles, 3 de octubre de 2012 · 0 comentarios

Increíble como simplemente uno lavará los platos, hará la cena, secará la ropa, terminará de estudiar y se irá dormir, para levantarse al día siguiente a cumplir obligaciones.

Y durante todo ese tiempo, queriendo morir. Con un pequeño disfraz de vitalidad y alegría, cuando por dentro te has matado veintiocho veces de diferentes maneras.

Superficies emergentes

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A Massimo

No pudo más. Ya habían transcurrido 388 días ausencia férrea, letargo y silencio. La mirada del ladrón era incapaz de abandonar la mesa tambaleante; su única pata declamaba orgullo con cada crepúsculo transeúnte.  El ladrón pensaba en la mujer. No se trataba de escribirla, quería develarla al tocarla, y quizás más tarde lograr materializarla en una onda pícara que se infiltrara en su tren de pensamiento.  Encima de la mesa, estaba el recordatorio infernal: un antiguo reloj cuyos soldados de arena alguna vez se hicieron pasar por caballeros, que en su demencia, se enfrentaron a unos molinos de viento.  Uno a uno, los soldados iban cayendo en la fosa eterna, aludiendo al torpe sacrificio.

No era una cuestión de honor en espacios oníricos. Esto le ocurría a quienes intentaban burlar el orden, su propia naturaleza. Tenía un andamio simpático y un carisma arcaico; no era inusual la recepción de miradas patidifusas. El ladrón no poseía condiciones superfluas, ni representaba al enamoramiento pasajero, se había comprometido de por vida con ella. Así, decidió visitar los recuerdos de aquella noche: el cese de los puñales acuosos finalmente le dio la bienvenida a la época decembrina. Ensimismado, se percató de su sentenciada desolación; la consciencia de un ladrón no podía soportar una compañía que fuese aún más foránea que la suya.

 El suelo, bajo el tenue farol, se vislumbraba lúgubre; una sola víctima meditaba en el centro de la plaza mayor. Hacía frío. Una cúpula ajena al modelo generacional cubría sus cabezas, y el ladrón percibió el delgado escalofrío que atacó los finos vellos del cuello distante. La mujer no giró su cabeza, se negó a reconocer su intromisión. Cuando el ladrón avanzó, inmediatamente se supo atrapado; era la silente amenaza de una entrega sin conflagración. Iba a tomar el bolso cuando una mano lo detuvo, entrelazando sus dedos. La víctima pronunció un consentimiento angelical y levantó la tira sobre su cabeza, despojándose de ella. Para él, había dejado de ser suficiente. Quería más, después de atender con deleite a los vocablos de su víctima, no podía arrancárselos del recuerdo. La mujer entregó todas sus posesiones y un hasta luego. Se levantó lentamente, cautelosa, e hizo su escape. El ladrón permaneció inmóvil, absorto en los eventos anteriores y en la sagrada voz de una víctima aleatoria.  Hurtar un bolso lo hacía ver inhábil, igualmente inútil. Era un ejército de un solo hombre, y a su vez, de nadie.

La más vieja de las luchas ocurría dentro de sí mismo. Regresó al día siguiente, y otros tres más; escondido entre columnas podría disfrutar de la armoniosa y diligente voz del rezo. Después de diecisiete plegarias, sintió que conocía a su víctima; podía saborearla con cada súplica. La voz era venenosa, un terrón de azúcar peligroso que se hacía tangible en las manos del ladrón; sentía el almíbar madrugador cuando intentaba recrearla en su bandurria. Sin embargo, cuando sus cuerdas mundanas intentaban recrear las de aquella mujer, la melodía carecía del encanto esencial.  Un bombillo se prendió dentro de él y con la más elemental de las convicciones, se aventuró en la infinidad de la noche.

Esta vez no dudó. El pesado cuerpo delincuente arremetió contra ella; instantáneamente se posaron sobre el frágil cuello los dedos victimizantes. Apretó cuanto pudo hasta poder suscitar un grito blanco de su víctima. Al terminar, empujó el cuerpo inservible y se llevó la voz en sus manos mientras la arrullaba como a un infante, celándola del nefasto orbe.

No pudo más. Ya habían transcurrido 388 días de ausencia férrea, letargo y silencio. Conmemoró el intento fallido de aquella noche, cuando había querido ahogar la voz en un respiro desesperado; su intención era consumar el robo maldito. El ladrón sufrió un impacto del entendimiento y tomó la bandurria una vez más.

Esa noche la convirtió en el fondo, en el centro, en la fachada de su existencia. La música era su mujer; la voz no fue más que una musa en potencia, disfrazada de víctima. El ladrón, ahora, se creía acreedor del misterio y poseedor del único compromiso verdadero al que tantos hombres se hubiesen entregado siglos atrás. Tomó el reloj de arena y violentamente lo puso de cabeza: ahora él construiría su propio tiempo.



El fuego compacto

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Hace dos años probé el cigarrillo. El humo, a pesar de ser reconfortante, se fue por el camino viejo, como dicen porai. Me ahogué. Pero como soy un ser humano y apelo al absurdo, no me rendí, seguí con mi terquedad y volví a reclamar el aliento que enciende el fuego del yesquero. Estabas a mi lado, te burlaste de mi torpeza y reclamabas quiescencia. No te iba a conceder un carajo. Lo volví a intentar y me ahogué; quizás repetí la acción tres o cuatro veces. 

Cuando era un niño, creía que “fuego lento” se refería a cigarro, yo vi en el cilindro la muerte de las llamas. Para mí tenía sentido. Cuando fumaba, me estaba tragando el fuego y tenía sentido. Yo exhalaba la muerte de una flama, una última voluntad expirada. No aguanté tus carcajadas y desistí de mi empeño. Ya la cabeza me dolía de tan solo pensar que quienes fuman asesinan, ex profeso, las pasiones.

Hoy me despedí de ti y me entraron unas ganas terribles de fumar.

Primicia

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He decidido aceptar mi condición senil nocturna y publicar libremente todos los cuentos que salen y nunca han pasado por un filtro. Estén pendientes.