sábado, 18 de diciembre de 2010

Ama et quod vis fac

Un bostezo taciturno logró fulminar la ligereza que mantenía su vigilia y por fin se sentía completamente despierto. Lúgubre se veía el paisaje de su habitación, su cuerpo finalmente erguido hacía crujir la madera bajo sus pies, sus pasos se hacían consecuentes mientras buscaba a tientas su presa en la habitación contigua y en algún lugar estaría esperando el alma de su posesión temporal, a veces era más que eso. Para ella, el amor había dejado rastros por todas las paredes, una condena eterna que la mantendría en su lugar por siempre; junto al muro yacía su cuerpo desnudo. Sendas muñecas habrían tenido apariencia juguetona alguna vez, justo antes de ser partícipes de los estragos del óxido, las ataduras evolucionaban en tortura y todos los instantes se volvían eternos. Suspiros flotaban tétricos, ninguno de ellos pudo discernir si realmente se trataba de amor.

En el momento que su mirada tocó la de ella, cuatro lanzas anunciaron que era el final y se sabría más adelante que había sido un acuerdo mutuo. Ambos pies descalzos tocaban su sombra y la muerte pasó saludando cada una de las caras familiares entre ellos. De tantos amigos que poseía, arribó el pánico y ahogándose de risa la envolvían en el abismo del terror. Sin titubear, volcó su cuerpo desnudo para poder ver su rostro y las manos violentas partieron las piernas gélidas. Un gemido sordo se apoderó de su mente y sólo lograba perturbarlo más; incitaba, invitaba, no había lugar para vacilaciones. La repulsión que sentía por el cuerpo magullado la hacía irresistible, había sido suya tantas veces. La ropa propia iba cayendo con gentileza, debía permanecer intacto, él era la pureza y ella sólo recibía la mejor parte de su dios. Al empezar, sus manos volaron a su cara y un bofetón nuevo no traía nada distinto a su relación. Se aferró a sus caderas firmemente, apenas la sentía presente en las efímeras representaciones de su cariño; cada vez que arremetía contra ella, sentía su cuerpo temblar, conociéndola sabía que podía aguantarlo.

Su voz se hallaba escondida entre gritos absurdos, sabía que su desnudez por primera vez no era natural y después de expresarse, ella misma sentía que ya no le pertenecía al hombre que juró amar. Su condición de vestal la iba recuperando poco a poco, para él cada vez se tornaba más inalcanzable. La mujer que alguna vez fue la quimera del amor, se iba desvirtuando ante sus ojos y gradualmente se borraba la sonrisa del ahora atacante, el impacto catastrófico se topaba con el cuerpo virginal de su amada. Negando el arrebato de su inocencia, encontró la despedida y nunca supo realmente de donde partía la premisa del amor, justicia nunca mandó en una relación como aquella. Abandonó la habitación al reconocer que ya nada quedaba de aquella mujer que en algún tiempo fue suya y al volverse, sólo una tela negra azabache recubría la madera del suelo que presenció la gloria de tantos tiempos, todo había terminado. Permaneció intacta, hasta que se escuchó el último aliento expirado por una mujer que prometió amar hasta la muerte, no importaba si el hallazgo de la misma había sido tempestuoso.

 Titulado "Ama y haz lo que quieras" originalmente.

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Ama et quod vis fac

sábado, 18 de diciembre de 2010 ·

Un bostezo taciturno logró fulminar la ligereza que mantenía su vigilia y por fin se sentía completamente despierto. Lúgubre se veía el paisaje de su habitación, su cuerpo finalmente erguido hacía crujir la madera bajo sus pies, sus pasos se hacían consecuentes mientras buscaba a tientas su presa en la habitación contigua y en algún lugar estaría esperando el alma de su posesión temporal, a veces era más que eso. Para ella, el amor había dejado rastros por todas las paredes, una condena eterna que la mantendría en su lugar por siempre; junto al muro yacía su cuerpo desnudo. Sendas muñecas habrían tenido apariencia juguetona alguna vez, justo antes de ser partícipes de los estragos del óxido, las ataduras evolucionaban en tortura y todos los instantes se volvían eternos. Suspiros flotaban tétricos, ninguno de ellos pudo discernir si realmente se trataba de amor.

En el momento que su mirada tocó la de ella, cuatro lanzas anunciaron que era el final y se sabría más adelante que había sido un acuerdo mutuo. Ambos pies descalzos tocaban su sombra y la muerte pasó saludando cada una de las caras familiares entre ellos. De tantos amigos que poseía, arribó el pánico y ahogándose de risa la envolvían en el abismo del terror. Sin titubear, volcó su cuerpo desnudo para poder ver su rostro y las manos violentas partieron las piernas gélidas. Un gemido sordo se apoderó de su mente y sólo lograba perturbarlo más; incitaba, invitaba, no había lugar para vacilaciones. La repulsión que sentía por el cuerpo magullado la hacía irresistible, había sido suya tantas veces. La ropa propia iba cayendo con gentileza, debía permanecer intacto, él era la pureza y ella sólo recibía la mejor parte de su dios. Al empezar, sus manos volaron a su cara y un bofetón nuevo no traía nada distinto a su relación. Se aferró a sus caderas firmemente, apenas la sentía presente en las efímeras representaciones de su cariño; cada vez que arremetía contra ella, sentía su cuerpo temblar, conociéndola sabía que podía aguantarlo.

Su voz se hallaba escondida entre gritos absurdos, sabía que su desnudez por primera vez no era natural y después de expresarse, ella misma sentía que ya no le pertenecía al hombre que juró amar. Su condición de vestal la iba recuperando poco a poco, para él cada vez se tornaba más inalcanzable. La mujer que alguna vez fue la quimera del amor, se iba desvirtuando ante sus ojos y gradualmente se borraba la sonrisa del ahora atacante, el impacto catastrófico se topaba con el cuerpo virginal de su amada. Negando el arrebato de su inocencia, encontró la despedida y nunca supo realmente de donde partía la premisa del amor, justicia nunca mandó en una relación como aquella. Abandonó la habitación al reconocer que ya nada quedaba de aquella mujer que en algún tiempo fue suya y al volverse, sólo una tela negra azabache recubría la madera del suelo que presenció la gloria de tantos tiempos, todo había terminado. Permaneció intacta, hasta que se escuchó el último aliento expirado por una mujer que prometió amar hasta la muerte, no importaba si el hallazgo de la misma había sido tempestuoso.

 Titulado "Ama y haz lo que quieras" originalmente.

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